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El experimento arancelario: renunciar a todo lo aprendido

Los analistas ya manejan escenarios de inflación mucho mayores para Estados Unidos de lo que se esperaba hace semanas, se adivina un caos en torno al dólar y se vislumbra el riesgo de recesión

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Trump compara los aranceles con "medicinas"
Protestas contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Washington.Foto: Ken Cedeno (REUTERS) | Vídeo: EPV
Antonio Maqueda

De igual forma que el populismo se ha saltado a las tradicionales élites políticas, el experimento con los aranceles del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se está saltando todo el acervo de conocimiento acumulado por los expertos un siglo después de que se impusieran unos gravámenes comerciales similares, agudizando la Gran Depresión. La elevada incertidumbre sobre cómo acabará semejante órdago está sacudiendo la economía global. La contundencia de las primeras reacciones, con acusados desplomes en los parqués, está cambiando sobre la marcha el análisis de los economistas. En cuestión de días ya se manejan escenarios de inflaciones mucho mayores para Estados Unidos incluso sobre lo que se esperaba hace apenas semanas; se adivina un caos en torno al dólar, y se vislumbra en los mercados el riesgo de una recesión.

En un primer momento, los expertos pensaban que los aranceles indiscriminados de EEUU provocarían allí lo que en la jerga se llama un shock de oferta negativo, es decir, la producción de bienes e insumos que se ofrecen desde otros países se encarecería y disminuiría, lo que haría que se disparara la inflación y se resintiera la actividad. Y esto se acompañaría a su vez de una apreciación del dólar frente al resto de divisas: estas monedas se solicitarían menos porque se venderían menos sus productos y eso las depreciaría, revalorizando el dólar. Ese proceso se vería reforzado por las subidas de tipos de la Fed para hacer frente a la inflación, que harían que se apreciara aún más el billete verde americano. Esa fortaleza del dólar habría permitido mitigar algo el proceso inflacionario en la medida en que con una moneda fuerte se compra más barato fuera. En definitiva, habría más inflación, menos actividad y subidas de tipos, si bien el golpe en los precios podría aliviarse un poco con un dólar al alza.

En cambio, en Europa se sufriría un shock de demanda: al vender menos bienes a Estados Unidos habría una menor producción y menos actividad, lo que se traduciría en una inflación menor. Por otra parte, los estadounidenses reclamarían menos euros para adquirir mercancías europeas, depreciando la moneda única comunitaria. Este fenómeno, al contrario de lo que sucede con el shock de demanda, sería inflacionario porque el euro perdería poder de compra en el extranjero y, por lo tanto, se importarían precios más caros. Si además hubiera una represalia europea con aranceles, su impacto en la UE sería menor que para Estados Unidos porque solo se impondría a un país y no de forma generalizada. Pero en todo caso también desencadenaría un shock de oferta, con menos producción y más inflación. Bajo este supuesto, distintas fuerzas convergerían sobre los precios haciendo algo incierto el resultado sobre la evolución del IPC. Justo en ese análisis se basaba, por ejemplo, la intervención de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, cuando dijo en el Parlamento Europeo el pasado 20 de marzo que con sus primeras simulaciones, basadas en los anuncios de febrero de algunos aranceles del 25%, la economía del euro podría perder 0,5 puntos de PIB y aumentar la inflación en medio punto. Un golpe limitado.

Sin embargo, en cuestión de semanas se han visto cambios muy importantes sobre este diagnóstico inicial. Una preocupación inminente es que los países asiáticos, víctimas de unos aranceles muy elevados, intenten redirigir hacia Europa los excedentes que no consigan vender en Estados Unidos. Esta suerte de dumping, que la UE intentará frenar con el establecimiento de cuotas a la importación, tendría de todas formas un efecto desinflacionario: los asiáticos bajarían mucho sus precios con tal de poder colocar su mercancía y reducirían la producción europea.

Además, las acciones de Trump están llevando a fuertes descensos en los precios de la energía porque se espera un menor dinamismo económico. Un petróleo y un gas más baratos tienen un importante impacto desinflacionario.

Y el hundimiento de las bolsas refleja la expectativa de que el batacazo de la economía americana va a ser mayor de lo esperado y, por tanto, se avecina un crecimiento global menor. El aumento de la incertidumbre y la caída de la confianza siempre conducen a un consumo y una inversión más bajos. En conclusión, se espera que el choque para la actividad sea mayor en EE UU y que las repercusiones globales socaven la demanda mundial.

El presidente de EE UU, Donald Trump, en el 'Air Force One' a su regreso de Florida.

Otro elemento que no estaba sobre la mesa es que el euro se ha apreciado mucho en las últimas fechas. Los mercados consideran que Europa tendrá mejores perspectivas económicas y huyen del riesgo de recesión en la economía estadounidense vendiendo dólares. Esta fortaleza del euro combinada con un shock mayor de demanda conllevará una menor inflación en Europa. Es decir, en la zona euro podría empezar a barruntarse una senda de bajadas de tipos.

Y la debilidad del dólar, en parte buscada por la administración estadounidense para ganar competitividad, puede agudizar el problema de la inflación con el que se va a enfrentar Trump. Se cierne un horizonte inmediato de estanflación (la suma de contracción económica e inflación), con la Fed teniendo que abordar subidas de tipos para aplacar los precios, agudizando una hipotética recesión. Un estudio del Kiel Institute alemán ya cifra que la inflación en Estados Unidos podría aumentar hasta siete puntos por los aranceles. Esto podría coger con el pie cambiado al presidente Trump, que fue elegido en parte por el mordisco que propinó la inflación a los hogares estadounidenses. Ya se especula con que tendrá que negociar en un contexto endiablado, con la economía resintiéndose y los precios descontrolándose. Y precisamente eso es lo que han puesto en precio las bolsas con sus caídas.

Además, las bajadas de impuestos que pueda aprobar Trump podrían acabar generando un efecto indeseado: en un entorno recesivo los aranceles podrían no recaudar lo esperado y el recorte de la fiscalidad podría hacer caer más de lo previsto los ingresos públicos. Los cálculos basados en números estáticos podrían no cumplirse y el déficit público de Estados Unidos se dispararía hasta cifras no conocidas. El peor escenario que se pueda contemplar es una crisis de deuda americana. Esta se vería además alimentada por el caos que se ha creado en torno al dólar, cuyo papel como moneda de reserva se está viendo afectado: muchos países tendrán que diversificar destinos ante la incertidumbre, de forma que Estados Unidos dejaría de beneficiarse como solía de los fondos foráneos que tradicionalmente recibía. El informe Letta ya identificaba que grandes cantidades de ahorro europeo se iban al otro lado del Atlántico buscando las mayores rentabilidades que allí se obtenían. Este privilegio americano fomentaba la inversión y podría terminar diluyéndose.

La ganancia de empleo al proteger la producción nacional estadounidense tardaría en materializarse en tanto en que haría falta tiempo para desplegar las inversiones en un contexto de incertidumbre económica e inseguridad jurídica que, incluso, podría retrasar todavía más el proceso de relocalización de la industria. Tal desfase entre un posible beneficio más adelante y los impactos negativos inmediatos podría dejar a Trump en una posición muy difícil ante las negociaciones que se iniciarán por los aranceles. Así lo han manifestado las caídas en bolsa generalizadas que contemplan impactos en todo el globo pero mayores en Estados Unidos.

Eso sí: la UE podría verse algo aliviada porque sus aranceles son menores que los impuestos a los asiáticos, consiguiendo una ganancia en competitividad relativa en el mercado estadounidense, sobre todo para los coches y maquinaria, ya que no suelen competir con Asia en los mismos productos.

En cualquier caso, será difícil que se cierre el déficit comercial de Estados Unidos. Estos déficits son el resultado de ventajas comparativas produciendo: los estadounidenses diseñan mejor el iPhone y los chinos lo ensamblan más barato. Poner un arancel es simplemente gravar con un impuesto la decisión más eficiente. Lo más probable es que mientras se intenta relocalizar la producción a Estados Unidos simplemente haya una reordenación de los países con los que mantiene el déficit comercial desde los países con aranceles más altos a los que ahora los tienen más bajos. Solo podría corregirse este desfase comercial si hay una recesión y la crisis es mayor en EE UU que en el resto de países, hundiendo más su demanda. Al fin y al cabo, ese déficit comercial era simplemente el reflejo de su mayor productividad, su calidad de activo seguro y de la fuerza de su demanda. Desde 2008 su PIB por habitante ha crecido en unos 40.000 dólares sin descontar la inflación, mientras que se ha quedado casi estancado en Europa. Y el déficit comercial no ha impedido en absoluto esta progresión. Lo que sí constituía una ventaja es la condición de foco de la inversión que está poniendo en riesgo Trump.

El bazuca con el que amenaza el presidente de Estados Unidos tiene toda la pinta de explotarle en las manos. Decía Bernardo de Chartres que somos enanos encaramados a hombros de gigantes, capaces de ver más allá gracias al conocimiento acumulado por ellos. Estados Unidos, por momentos, ha renunciado a los gigantes. Ha renunciado al marco institucional y económico que lo ha hecho grande.

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Sobre la firma

Antonio Maqueda
Periodista de la sección de Economía. Graduado en Periodismo en la Universidad de Navarra y máster por la Universidad de Cardiff, ha trabajado en medios como Cádiz Información, New Statesman, The Independent, elEconomista y Vozpópuli.
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